Una forma sorprendente de controlar los antojos

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Si te asaltan imágenes de chocolate fundido o un cruasán caliente, usa este truco para librarte de la tentación.
Estás sentado en tu mesa de despacho (como yo ahora) y, de la nada, aterriza en tu cerebro la imagen de una pizza con anchoas. Empiezas a salivar, tu estómago ruge, la imagen de la porción de pizza se hace más grande, más real. Puedes oler la masa caliente, notar cómo cruje el borde en tu boca. Sientes que si no consigues tu pizza, vas a morir. Eso, amigos, es un antojo.
Los antojos no tienen nada que ver con el hambre. El hambre está controlada por los niveles de glucosa en sangre. Cuando bajan, la hormona grelina indica al cerebro que es hora de buscar comida. Cuando estamos saciados, la hormona leptina nos avisa de que ya hemos tenido bastante (a veces con retraso, cuidado).
Por el contrario, los antojos no se originan en el estómago, sino en la mente. Son la necesidad de algo muy específico. El chocolate es el rey de los antojos, pero no siempre son dulces. Puede ser una cerveza, aceitunas o chorizo, por ejemplo. ¿Por qué?
La explicación es que cierta comida produce placer, y los antojos siempre están relacionados con un recuerdo placentero. Al consumir grasas y azúcar el cerebro segrega opioides en el torrente sanguíneo, que producen un aumento de la dopamina, el neurotransmisor que regula nuestro mecanismo de recompensa. La comida dulce es adictiva. Lo mismo, por ejemplo, que la grasa en la carne roja, lo cual causa muchos problemas a los vegetarianos.
En definitiva, cierta comida produce el mismo efecto en el cerebro que el sexo, el juego o las drogas, y por tanto, asociamos un buen recuerdo a esa sensación placentera. La asociación también funciona al revés: cuando sentimos estrés o ansiedad, y necesitamos un alivio, el cerebro echa mano de los recuerdos de cosas placenteras: la pizza con anchoas, o el pastel de chocolate.
Si estás haciendo la dieta Transformer, tu cuerpo está perfectamente alimentado, pero eso no impide que tengas antojos de comer pasteles, pizza, chocolate, caramelos, helados y todo tipo de tentaciones.
La solución no es dejar de pensar en los pasteles, sino todo lo contrario: fantasear sobre ellos. En un estudio de la universidad Carnegie Mellon comprobaron que los sujetos que se imaginaban comiendo ese helado o chocolate, con todos los detalles, después sentían menos deseo de comerlos de verdad. Imaginarse la comida proporcionaba al cerebro casi las mismas respuestas físicas y emocionales que la comida real, pero sin calorías.
Así que antes de levantarte a hablar con la nevera o la máquina de chocolatinas de la oficina, cierra los ojos y deja que tu mente se deleite con la imagen de la comida prohibida durante unos minutos. Verás cómo se pasa.
Foto: girl enjoys chocolate cake, de Shutterstock, no reutilizar