Así (no) funcionan las cremas adelgazantes


Un nuevo verano, una nueva campaña de cremas que prometen quitarte la celulitis y la barriga. ¿Funcionan?
En los escaparates de las farmacias, en la teletienda y en las estanterías del supermercado, cada verano florecen las cremas reductoras. Frotando bien día y noche, la barriga se convierte en una tabla de lavar y la celulitis da paso a piel tersa y bronceada. Dan ganas de comprar dos litros, pero ¿sirven de algo?
La respuesta rápida es que por sí solas no, pero es interesante saber cuáles son sus efectos. La mayoría de estas cremas se basan en cafeína y lecitina, un emulsionante natural. Muchas además añaden mentol o alcanfor, lo que produce esa picante sensación de frío-calor y sensibilidad en la piel. Todo esto tiene un solo efecto: aumentar la circulación sanguínea en la zona del cuerpo donde se aplica, y ojo, esto es bueno para reducir la grasa.
Uno de los problemas es que el tejido graso es muy ahorrador. Las células adiposas apenas necesitan aporte sanguíneo para vivir, así que les llega poca sangre. Esto quiere decir que a la hora de liberar esa grasa en la sangre para oxidarla (quemarla), el proceso es muy lento.
Aquí es donde las cremas reductoras entran en escena. Más circulación sanguínea significa que las células de grasa tienen más oportunidades para liberar la grasa. Pero eso solo ocurre si las células de grasa tienen motivos para liberarla, es decir, si nuestro cuerpo necesita quemar grasa para hacer algún esfuerzo. Si solo nos aplicamos la crema y volvemos al sillón, la piel se enrojecerá y se tensará, aumentará el riego en la zona, pero la grasa se quedará donde está.
Si lees la letra pequeña del prospecto de estas cremas, verás que admiten que necesitas deporte y dieta para notar algún efecto. Además estas cremas son carísimas. ¿Por qué no sales a correr 15 minutos? O aún mejor, haces una sesión de cardio estratégico o de intervalos Tabata. Quemarás en un cuarto de hora más grasa que en una semana usando potingues. ¡Come limpio! ¡Muévete!